La Monarquía como símbolo

Armas de Su Majestad Felipe VI


Por el Dr. José María Montells y Galán/ Nada más lejos de mi ánimo que escribir un artículo político sobre la Monarquía. La monarquía es el sistema de gobierno por excelencia. En puridad, es el gobierno de uno y en ese sentido, hasta las más tradicionales repúblicas son monarquías. El Presidente Obama, por poner un ejemplo sencillo, recuerda en sus poderes a los que ostentaban los monarcas absolutos y nadie se escandaliza por ello. Oyendo los cantos de sirena de los partidarios de la democracia sin límites, de la demagogia más abyecta, de regímenes inconstitucionales, ya ensayados y periclitados, no entiendo que nadie hable de las ventajas de la monarquía sobre otros sistemas de gobierno. Como no soy Emilio Romero, aquel magnífico director de Pueblo que, en las postrimerías del franquismo, le escribía Cartas al Príncipe, me abstendré de adoptar la posición de abuelito que se permite dar consejos al futuro Felipe VI. Aunque espero, eso sí, que se me perdone reflexionar sobre el hecho monárquico, tan desprovisto hoy, para mi asombro, de defensores de fuste. Desde la abdicación de don Juan Carlos, he leído grandes elogios y algunas diatribas sobre el monarca, pero apenas nada sobre lo que representa la monarquía. Para mi pasmo, hay quien pontifica sobre la conveniencia de que el futuro rey encabece las reformas que demanda la calle, alborotada artificialmente y sin razón, por desmelenados demagogos profesionales, algunos notoriamente ignaros y sectarios.

Los turiferarios de turno pretenden convencernos de la grandeza de un rey que trajo la democracia como supremo valor de nuestra convivencia pero se silencia torticeramente lo que es en sí la monarquía y lo que es más importante, lo que representa. La monarquía como símbolo. El rey no gobierna, pero reina. Yo, que nunca he sido juancarlista al uso, creo que la monarquía hereditaria presenta sobre cualquier otro sistema innumerables ventajas que don Vicente Santamaría de Paredes, ministro que fue de Alfonso XIII, resumía así: “La Monarquía hereditaria presenta incontestables ventajas, a saber: la unidad en el gobierno, la estabilidad en el poder y el progreso de los elementos sociales. La unidad en el gobierno, porque no debiendo el monarca a ningún partido su elevación al trono, puede representar un gobierno verdaderamente nacional y unitario, superior a la discorde variedad de las facciones políticas; la estabilidad del poder porque, hallándose éste, personificado, no en un individuo sino en una familia, permanece la Monarquía como base fija en medio de la movilidad de la vida política, representando la continuidad de la idea del Estado, y el progreso de los elementos sociales porque la Monarquía hereditaria, con su doble carácter de unidad y permanencia del poder, es molde abierto a todas las reformas que exija el progreso de los tiempos”.

El Rey es suficientemente republicano, que dijo un prócer de la ruptura. Como es natural, no soy partidario de monarcas republicanos. A un rey lo primero que hay que pedirle es que sea monárquico. Cuando el rey es suficientemente republicano corre el serio peligro de ser arrastrado por la caída de los partidos en esta democracia tan supeditada a la opinión mediática y a las veleidades de los revolucionarios de plató televisivo. En un sentido práctico, no veo por parte alguna, la excelencia de someter a la nación al trauma de elegir cada cuatro años un nuevo Jefe de Estado, que será, sin duda alguna, un paniaguado de la situación política. El hecho sucesorio en la Monarquía hereditaria, garantiza la normalidad y la estabilidad, sin aventurerismos partidistas. Mala cosa es, desde mi punto de vista, que el acto de la proclamación del nuevo Rey se haga de tapadillo. Contrariamente a lo que se predica desde un interesado periodismo, el pueblo, lejos de rechazar el boato, agradece y desea que su Rey sea entronizado con el máximo ceremonial y solemnidad, pompa y circunstancia seculares, que representan todas las grandezas y singularidades de nuestro devenir histórico. Uno cree en la democracia de la historia, en el sufragio universal y permanente de la historia. No recuerdo quién dijo que una Patria no es sólo la generación presente, es también el pasado, el presente y el futuro. La vida de los individuos son momentos en la vida de las naciones. Su tiempo, su historia, se mide por siglos. Por eso, hay que contar no sólo con los vivos sino también con los muertos y con aquellos que todavía no han nacido. La generación presente no puede, por tanto, y menos en un momento de arrebato revolucionario, dilapidar el caudal acumulado por el tiempo que integra el patrimonio de la patria. El sufragio universal, para ser verdaderamente nacional, tiene que contar con todos y con todo lo que ha ido configurando nuestra historia, que es la que nos distingue como país. No hay otra patria igual a la nuestra. Somos el resultado de siglos de convivencia y complicidad. Por eso, el separatismo representa una terrible amenaza porque nos desnaturaliza a todos, propios y extraños de los territorios que dicen defender, de lo que somos y hemos sido a lo largo del tiempo. En nuestro tiempo, la Monarquía tiene esa función integradora en la unidad. La Monarquía representa hoy, como representó ayer, la unidad y permanencia de la Patria que es un imperativo histórico para los que somos y nos sentimos españoles. Es un símbolo provisto de tal carga emocional que ningún otro sistema se le puede comparar. Los símbolos, lo he dicho muchas veces, son la representación genuina de una idea. Para mí que la Monarquía es el símbolo más perceptible de la idea de España.

Por todas estas cosas y por otras que me callo, deseo de corazón al futuro Felipe VI, un largo y feliz reinado. También tino, mano firme, mucha suerte y borbonear lo justo. Dios lo quiera.

Fuente: Doce Linajes de Soria